lunes, 28 de octubre de 2019

Análisis de "Ante la Ley" de Franz Kafka


"Ante la ley" fue publicado primero en 1915 en la edición de año nuevo del semanario judío independiente Selbstwehr, luego en 1919 como parte de la colección Ein Landarzt (Un doctor de campo).
Un hombre de campo en búsqueda de la ley desea acceder a la misma entrando por una puerta, pero el guardián de la misma se lo impide diciéndole que no puede pasar en ese momento. El hombre pregunta si alguna vez podrá pasar, a lo que el guardián responde que es posible "pero no ahora". El hombre espera por años, sobornando al guardián con todo lo que tiene. Éste acepta los sobornos pero dice que lo hace "para que no creas que has omitido ningún esfuerzo". El hombre no intenta hacer daño al guardián para acceder a la ley, sino que espera hasta la muerte. Justo antes de morir le pregunta al guardián, por qué si bien todos buscan la ley, nadie se ha acercado a la puerta en todos esos años. El guardián le contesta "Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla."
Además de escritor, Kafka era abogado, por tanto conocía bien la relación entre individuo y Ley, que es indirecta y está intermediada por un “guardián” (metáfora del jurista, sea juez, abogade, etc). La puerta simboliza la Justicia y es infranqueable porque la disciplina del Derecho es autosuficiente: acusa, defiende y sentencia por propia cuenta. El campesino representa al pueblo, concretamente al ciudadano, ignorante, indefenso y sobre todo, aislado. Cuando el guardia dice que la puerta era solo para el campesino, sugiere que no existe la colectividad, que el individuo ha sido reducido a unidad con el fin de agotarlo (la vida transcurre esperando justicia) y hacer que desaparezca, porque una sociedad atomizada es fácil de modelar, controlar o someter.
Luego de un recorrido de lecturas y reflexiones tomando como disparador este relato de Franz Kafka, he elegido pensar este trabajo a partir una pregunta central y recurrente en esta obra: ¿Por qué el campesino no pudo enfrentar al guardián? Y desde ésta, es posible visualizar e indagar una multiplicidad de interrogantes enlazados, conducentes a un grado mayor de abstracción. Intentando que el camino aquí propuesto sea capaz de conducirnos para develar a los personajes kafkianos: ¿Quiénes son el campesino y el guardián?
El campesino es campesino en relación con el guardián, no puede existir uno sin el otro y por oposición los podemos distinguir.
Ahora bien, estaríamos cometiendo una omisión si obviáramos que la relación campesino-guardián necesita constitutivamente del vínculo de ambos con la ley, que es el término que articula la relación de poder -que es de alguna forma una relación de valor-. El campesino está ante el guardián porque está ante la ley y viceversa. Es esta lógica, la que luego de elegir focalizar el término débil o el del no-poder -el campesino- nos facilita rozar en tanto alteridad el pellejo del guardián como representante del poder.
De esta forma, aunque la ley pretenda negar al campesino como representante de una categoría histórica-social, hablar del campesino es al mismo tiempo hablar del proletario. Por lo tanto, ocuparnos del campesino es al mismo tiempo preocuparnos por la clase trabajadora subordinada y oprimida en la sociedad.
Retomando el punto de partida, ¿Cómo es el campesino que compone el escritor? Es un ser que se encuentra dividido, que ha perdido su logos en tanto voz, y pierde todo resto de humanidad junto con la incapacidad de escuchar, ver e incorporarse.
En el final del relato, la imagen es la del hombre inmóvil casi muerto, aunque a esas alturas la misma muerte no es necesaria porque la de-función de ese cuerpo ya es un hecho. Es el cuerpo vuelto cosa, cosa entre las cosas.
Podemos sintetizar la situación del campesino, diciendo que se le ha confiscado su capacidad de enfrentamiento, porque el enfrentamiento se traduciría en intento de realización del propio deseo.

Ante la ley, parece tomar la forma de una fábula con moraleja, una ironía de Kafka que podría- recurriendo a nuestra pseudo licencia literaria- transcribirse con las siguientes palabras: Eviten que el día de su muerte ante las puertas de la ley el guardián se le acerque y diga: “A nadie se le habría permitido el acceso por aquí, porque esta entrada estaba destinada exclusivamente para ti. Ahora voy y la cierro.” De este modo, Kafka nos ofrece –tras un trabajo personal- la llave para discernir la lección de la historia. Que nos incorporemos, recuperemos la voz y el habla, realicemos un movimiento que nos permita cambiar de posición y finalmente respondamos o que no seamos nada. Porque ante –y para- la ley seremos siempre “campesinos”, en los términos que la ley lo requiera para seguir dominando.
La historia, nos enseña que su influjo se extiende a la misma derrota, porque toda derrota está situada en un tiempo-espacio, la derrota es histórica –y también la victoria-. Comprender esto, es la clave para desvanecer la amenaza de derrota.

Análisis de "Vidas privadas" de Angélica Gorodischer


 “Vidas privadas” es el primer cuento del libro “Cómo triunfar en la vida” de la escritora Angélica Gorodischer.  Este cuento, que propone la deconstrucción de modelos discursivos y sociales establecidos, particularmente llama la atención en que la voz narradora no tiene nombre y no se auto-refiere en base a una subjetividad femenina ni masculina, tomando esto como marco nos preguntaremos cómo operan los prejuicios y estereotipos en relación a lo considerado exclusivamente femenino o masculino y como las estructuras son construidas desde enunciados clichés que, al finalizar la historia, producen en el narrador una ruptura y cuestionamiento de sus propias estructuras. Es decir, el objetivo de este trabajo es demostrar cómo, a partir del estereotipo que convoca el discurso en el relato, se provoca en el lector una reflexión sobre sus propios estereotipos discursivos y sociales.
Al igual que la “vieja víbora”- la señora encargada de la limpieza del edificio-  el lector no conoce nada  del narrador/a.  Debe imaginarlo, de la misma manera que él/ella imagina a uno de los habitantes del departamento, dado que solo conoce físicamente a uno de los dos (por primera vez traté de imaginármela a ella y no pude y me di cuenta de que nunca la había visto. A él sí, pero a ella nunca). Él es un tipo canoso (…) que  tenía una voz gruesa, bien modulada - detalle que funciona  como arquetipo de la virilidad-  pero del otro habitante,  solo conoce su voz, voz representada  a través de  estereotipos femeninos (…) voz chirriante, sosa, aguda, metálica. Una voz de cotorra, de caricatura, de chusma de conventillo.

Como lo señala Butler en “Cuerpos que importan”, el narrador – y el lector- imaginan a alguien que pertenece al género femenino, pero esta representación mental sólo es producto del discursodiscurso  que produce aquello que enuncia y que crea realidades que, en esencia, no existen.  El ejercicio de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua. No hay otro testimonio de la identidad del sujeto que el que así da él mismo de sí mismo.  Dice Butler (1993):
 Las cuestiones que estarán en juego en la reformulación de la materialidad de los cuerpos serán (…)  la comprensión de la performatividad, no como el acto mediante el cual un sujeto da vida a lo que nombra, sino, antes bien, como ese poder reiterativo del discurso para producir los fenómenos que regula e impone (…).
 Lo que se escucha a través de la ventana abierta- (para vos sí que es fácil, total, te vas a la calle y yo me quedo aquí como una idiota deslomándome por vos// y yo que soy una tonta te lo creí/) hace que el narrador vaya construyendo la relación de esta pareja desde una matriz heterosexual: hombre-mujer (…pobre mina, pensé mientras todo estaba en silencio// Después me enteré: la mujer había desaparecido//  La mujer se calló y no hubo nada más por esa no­che// ella le reprochaba algo a él ). De esta manera, la cuestión de la materialidad corporal se asienta en las “mentes”, más que en “los cuerpos”, a través de una matriz cultural que asigna identidades en un rango rígido e insuficiente.
Para el/la narrador/a, la experiencia vivida con sus vecinos ha dejado una huella, porque toda práctica humana interviene de modo decisivo en la producción de subjetividad (“No podía dejar de pensar en ellos. Trabajaba en lo mío, mal pero trabajaba, miraba a mí alrededor, veía lo mismo que veía todos los días, y no podía dejar de pensar en ellos”)
Con el avanzar de la historia, las discusiones entre los vecinos continúan hasta que, un día, se escucha un golpe, corridas y luego, silencio: ha ocurrido un asesinato. La asesina, la mujer del canoso según infiere el lector, se había ido. No obstante, al final de la historia, el enunciador relata que tocan el timbre de su departamento: es un hombre con un tatuaje de una mariposa en el brazo que le pide entrar. Así, el asombro final llega al lector: se trataba de una pareja homosexual. La visión estereotipada de la pareja hombre-mujer se deconstruye, como así también lo hacen sus roles y discursos estereotipados. Esto lleva a que el lector se interrogue sobre sus propios estereotipos y clichés porque, sin saberlo, los ha completado durante la lectura.
Entonces, ¿qué es el narrador: hombre o mujer? Lo cierto es que no se puede encasillar al narrador dentro de una de las categorías binarias hombre o mujer porque las actividades que hace un género las puede hacer el otro. Lo interesante es que el binarismo no se resuelve de ningún modo ya que ni siquiera el lenguaje permite clasificar: no hay marcas morfológicas de género masculino o femenino en el narrador construido en el cuento. Es el lector el que le ha atribuido un género. Desde la recepción, el lector se da cuenta de que fue engañado y que las banalidades socioculturales son constitutivas en él. De esta manera, se interroga sobre sus propios estereotipos instalados a partir de modelos hegemónicos, y las rupturas, ya desde una lectura paródica, tensionan aquello que se establece como norma de pensamiento.
A lo largo de este trabajo hemos demostrado cómo el discurso, a través de formas de heterogeneidad mostrada, se encuentra habitado por modelos discursivos y sociales.
Los personajes, a través de un narrador son clasificados desde su comportamiento y sus modos de decir. La voz narradora, como lente de cámara, va guiando el transcurrir de la historia. Es así como juega con los lectores y las lectoras ya que los clichés no existen en sí mismos sino que los enunciatarios completan sus significados.  
 Para concluir, agrego que la ruptura se da también en lo que refiere al género policial ya que hay hiatos en la historia, no hay un detective, es de base conjetural y de principio constructivo auditivo además de poseer elementos melodramáticos. Si pensamos en la doble acepción de la palabra “género”, podríamos observar que está cargada y habitada de significados. Al romper y provocar en el lector un cuestionamiento sobre sus propios modelos, ya sean literarios, discursivos, sociales o ideológicos, ocurre que ninguna categoría logra abarcar la heterogeneidad de la realidad y que hay variados modelos que no siempre encajan en una taxonomía determinada por ideologías hegemónicas.

martes, 6 de noviembre de 2018


Veo formas etéreas en las nubes y cuerpos desnudos en las manchas del mármol de la ducha. Me miro al espejo y reconozco a una silueta esperpéntica que odia madrugar y taparse las ojeras con maquillaje.

Soy yo. Dentro de un buzo de algodón. De un cuerpo tímido al que le cuesta encajar. De una piel cuyo colágeno no teme al tiempo pero sí a la pérdida del mismo. Al malgasto de horas en aulas llenas de gente pero vacías de principios. Al fracaso. A la insatisfacción personal que provoca seguir unos estándares sociales que se alejan de mi casilla, de mis dados, de mi utopía. 
Ya no soy la naíf colegiala a la que hipnotizaban con promesas elitistas de futuros ilusorios. Mi corazón nómada no busca asentamiento, ni confort, ni estatus social, sino libertad fuera de esta jaula maquiavélica de víctimas atrapadas en un automatismo y un consumismo frenético.

Para qué seguir al rebaño. Para qué condenarse por algo que no motiva. Para qué quemarse el autoestima por algo que no prende tus ganas. Para qué atarse a un reloj que marca una invención humana que fomenta el comercio de ansiolíticos, los suicidios, la prisa y el estrés. Para qué. Para. Mejor para. Mejor. Para.

Puedo permitirme el lujo de desviarme del camino impuesto, de equivocarme, de volar sin miedo a caer en una cama elástica que me vuelva a poner los pies en la tierra y la cabeza en la pena.

Quiero sentirme orgullosa de ver chiribitas de tanto mirar al sol y tan poco al suelo, de distanciarme de las sombras y acercarme a la gracia de la fotosíntesis, de la luz, de la melanina, de los árboles y de los lagartos de Lorca, del aire que aún se puede respirar, de la paz inquebrantable.

Estoy bien. Me aferro a la vida como unas manos frías a una taza de chocolate caliente. Intento ser valiente aunque me infundan miedo por el simple hecho de ser mujer. Intento tirar para adelante escuchando a Drexler y a lxs grandes. Empapándome de las cosas bonitas que nos regala el día a día. Intentando superarme. 
Sin pensar en arcángeles de la muerte ni epitafios. Intentando deshacer lo aprendido y desaprendiendo lo adquirido en una educación heteropatriarcal. Aferrándome a la deconstrucción, a la catarsis, al cambio, a la inteligencia emocional. Aferrándome a mí misma que es de lo único que no puedo deshacerme ni escapar. Aferrándome al amor propio y al amor en general, porque al fin y al cabo, es lo único que mueve el mundo y su instinto animal.

jueves, 28 de junio de 2018

Despertar.

Despertar.

No estamos locas, ni somos unas exageradas, ni mucho menos nos quejamos por gusto.
Estamos hartas. Hartas del terrorismo machista. Hartas de que se nos eduque a nosotras para ser las sensibles, las madres, las fieles, mientras a nosotros nos dan una pelota o un telescopio de juguete para que sean los fuertes y los que tengan ambición. Y de que luego encima haya quejas por nuestros celos o por nuestra dependencia emocional cuando no nos han enseñado a ser de otra forma. Hartas de que crezcamos como rivales y no como compañeras. Hartas de que se nos critique por altas, por bajas, por gordas, por flacas. De que se nos exija un cánon de belleza imposible que nos tenga esclavizadas de por vida. De que escandalice ver a una chica en corpiño cuando sube una foto por voluntad propia pero que esté absolutamente normalizado que el cuerpo femenino se venda como consumo del hombre como porno y en la publicidad. Hartas de que no nos tomen en serio, de ser ''las novias'', ''las hijas'' o ''las hermanas'' de, de que no tengamos ni reconocimiento propio nos esforcemos lo que nos esforcemos. Hartas de estar en la sombra. De tener que explicar nuestra sexualidad, de que se nos cuestione todo lo que hagamos, de que nuestro cuerpo sea objeto de opinión y decisión ajena a nosotras mismas. Hartas de ser el insulto, el chiste fácil, el florero en cualquier ámbito. De estar condenadas y limitadas por nuestro sexo en vez de disfrutarlo como locas.

La mayor aspiración de la vida de una mujer no tiene por qué ser casarse y formar una familia. La mayor aspiración de una mujer no es ser inspiración ni ser la musa de nadie. Tampoco es gustarte a ti cuando se pinta los labios o se pone unos tacones, ni tener tu aprobación y que la piropees cuando pasea por la calle. Ahórratelo. Cállate. Aprende. Valórala. Respétala. Y no esperes que te feliciten por ello.

Nuestra mayor aspiración es ser libres. Porque también queremos ser las creadoras, las artistas y las investigadoras sin que nos pongan mil trabas en el camino. Queremos besar y, por qué no, besarnos sin que suponga un espectáculo voyeur. Salir de noche sin pasar miedo, sin preocupar a quienes nos esperan en casa, sin que nos respeten en función de la cantidad de ropa que llevemos.

Sé muy bien que me preguntarán mil veces por qué llevo esta rebeldía en las venas y que mis ganas de hacer que rueden cabezas aumentarán por segundos cuando pongan mala cara por mi respuesta, pero valdrá la pena así como merece la pena luchar por todo lo que crees.

Y yo creo fuertemente en nosotras.

martes, 19 de junio de 2018

Freud no descubrió el inconsciente

Sigmund Freud empezó a escribir a finales del 1800, veía a sus pacientes todos los días de la semana y le hablaba a sus colegas de sexualidad, del cuerpo y del valor de la palabra y la escucha. Esos mismos colegas, médicos, que después lo echaron de sus aulas.

Que haya podido seguir con todo eso, quiero decir: que haya creído en todo eso, me hace pensar no tanto en su genialidad sino en su honestidad intelectual, en una ética fundamental respecto de su propio deseo de saber e intervenir en la historia de la humanidad, probablemente sin siquiera sospechar ese alcance.

Incluso, en las cosas donde se quedó corto: fue parte de su época. Murió en 1939.

En 1936 Lacan presentaba uno de los artículos más fuertes de sus comienzos: 'El estadio del espejo'. Así se empalmaron Sigmund y Jacques.

Muchos autores que tomaron, discutieron, interpelaron a Freud nacieron en los años en que el viejo austríaco ya comenzaba a apagarse; crecieron, estudiaron y dieron cátedras cuando él ya había muerto, como ha pasado con tantos personajes clave del devenir de este mundo.

¿Cómo hubiera sido una contemporaneidad entre Foucault y Freud? ¿Y entre Deleuze y Freud? ¿Simone de Beauvoir? ¿Barthes? ¿Cortázar? ¿Los surrealistas? ¿Internet? Quién sabe. Freud llegó hasta donde llegó, y eso también forma parte de asumir la vida.

Pasó que Freud no descubrió el inconsciente, le dio nombre. Le puso una palabra. Lo descubrió en el sentido de que levantó algo-que-lo-cubría, algo como una época, un techo cultural, social, político: colaboró en que lo des-cubramos todxs lxs demás, a veces, cuando podemos y queremos.

Abro el Google y dice 160º aniversario del nacimiento de Sigmund Freud.

- Hola internet, ahora que me hiciste acordar: quiero una remera que diga:

‎el Inconsciente Es El Primer Trabajador.

viernes, 1 de junio de 2018

La farandulización de la política

Uno de los temas que hoy genera acalorados debates es la cuestión de la farandulización de la política. Se cuestiona la presencia en la política de un género extraño que la estaría como mínimo banalizando y como máximo destruyendo. La política estaría siendo invadida por una lógica impropia que la emparentaría con ciertos géneros televisivos más propicios a resaltar escándalos privados, peleas soeces, morbosidades biográficas, y sobre todo, la disolución de cualquier tipo de contenido (sea artístico o en este caso político) en pos de cuestiones más bien superficiales. Hace unos meses, la Iglesia se expresó a través de un comunicado, absolutamente conmovida por la farandulización de la política. Por ello, reflexionaba afirmando que la política no debería ser producto del marketing (la farándula se supone que es un espacio de venta pura), que los políticos debían expresar con claridad sus proyectos (se supone una vez más que la farándula distorsiona), y que debían sobre todo privilegiar la capacidad de diálogo (claramente en la farándula se supone que todo es a los gritos).

Tenemos dos problemas de arranque: por un lado, en ningún lugar se debate más la farandulización de la política que en la farandulización de la política. Interesante implosión que logra el objetivo de mostrar los decorados de una puesta cuando a los gritos se discute que todo se discute a los gritos. Y lo que a priori parecería ser una falta de sentido, termina siendo fuertemente esclarecedor. Es exactamente el lugar contrario donde se para la Iglesia para ejercer su denuncia desde un afuera en el que se supone que la invasión no ha llegado: en la Iglesia no hay marketing, ni oscuridad ni dogmas…

Ni siquiera es una crítica puntual a la Iglesia, sino a las construcciones idealizadas de un otro expiatorio que salvaguarda nuestro supuesto estado de pureza: por suerte está la farándula para conjurar en ella todos los males de este mundo y así nuestra identidad política se mantiene a salvo. Los chivos expiatorios no son ni inocentes ni culpables: son quienes nos permiten creernos indemnes, limpios, puros, racionales, buenos.

Tal vez haga falta problematizar los términos. Farándula se asocia etimológicamente a vagabundeo, pero a un vagabundeo propio de ciertas compañías de teatro medievales. Por eso también se asocia con farsa, pero sobre todo con puesta en escena. El término aun no tiene en su origen la implicancia de lo personal por sobre el contenido. Hoy lo farandulesco parece priorizar lo que en principio no importa ni en el arte ni en la política: la vida privada del actor que sin embargo se convierte en su propia obra expositiva. Y por ello es tan fuerte la todavía continuidad exigida a la política entre gestión pública y moral privada: un buen gobernante, decía Platón, debe poder gobernarse a sí mismo. Aunque todo sea una farsa…

Otro término diferente es el de la frivolización de la política. Lo frívolo como lo superficial acompaña a la farándula. La palabra parece remitir antiguamente a ciertos recipientes de barro que se quebraban fácilmente. Se presentaban enteros, pero se quebraban. La frivolidad tiene algo de pretencioso, pero que se vuelve frivolidad cuando se evidencia. Se evidencia su quebranto, su vacuidad, su ser jarro. ¿O no se rompen los jarros? Todo lo profundo busca la superficie, decía Nietzsche. ¿O se trata de distinguir en el mundo del espectáculo entre lo frívolo y lo serio? ¿O no hay frivolidad en la seriedad? De nuevo la continuidad entre lo público y lo privado: un buen gobernante no solo tiene que ser sino también parecer, decía Maquiavelo. ¿Pero ser no es siempre aparecer?

Llegamos a la espectacularización de la política. Concepto también ambiguo que implica la idea de contemplación. La política como contemplación la distiende de sí misma y la coloca en un lugar de ajenidad. Parece entonces estar abandonando la idea tradicional de política activa y reducirse a una cuestión electoral de zapping, confundiendo el éxito del rating con la legitimidad de la democracia. Pero la espectacularización es una cuestión ontológica ya que supone una transformación material del mundo donde la imagen ya no se escinde de los hechos como algo accidental. Entonces el problema no sería tanto la sospecha por la impostura de la política, sino al revés: la sospecha por el supuesto lugar de autenticidad de quienes se creen inmunes a la historia. Tal vez por ello, no se trate tanto de la farandulización de la política como de la politización de la farándula. Como siempre, donde más se juega lo político es donde se supone que no le compete jugar. 

miércoles, 30 de mayo de 2018

Mi mejor versión

Podría superar mis miedos. Podría afrontar la vida racionalmente y no ser tan cinéfila. Podría ser una estudiante de matrícula, acumular másteres y títulos universitarios. Podría ser una hija ejemplar, y contestar el móvil a mi madre a la primera llamada. Podría comer sano, dormir un mínimo de ocho horas diarias y salir a correr por las mañanas. Podría ser más sociable, más extrovertida, más segura de mí misma. Podría ser menos irascible, menos susceptible, menos loca. Podría amueblar mi cabeza y matar de un tiro a los pájaros que no me dejan pensar con los pies en la tierra. Podría ser normal. Podría ser una novia predilecta que no se enfada por nada, una amiga leal, una persona constante y responsable. Podría sacarme el carnet y no depender de autobuses ni de chóferes antipáticos. Podría desmaquillarme todos los días y no sobarme con rímel en las pestañas. Podría tener más iniciativa, mejorar y hacer más cosas productivas, y por hacer no hago ni la cama. Podría ser menos sensible y no llorar de alegría cada vez que algo haga emocionarme.
Pero, como diría Leiva: No busques mi mejor versión, se la ha llevado el aire. ¿Y sabes qué? Que no me arrepiento de lo que soy. No me arrepiento de mi imperfección, de mi caos, de ser un error con patas y una maraña de defectos que no escarmienta nunca.
Claro que podría afrontar la vida racionalmente, pero sólo he necesitado veinte años para darme cuenta de que la realidad del mundo exterior es tan cruda y tan aburrida, que si no viviera mi propia película, dejaría de estar viva para caer en ese limbo gris al que nos dirigen desde pequeños, al de existir como un triste e inerte autómata que imita todo lo que ve, sin sueños.
También podría ser una universitaria estrella, pero me da a mí que voy a seguir estudiando el día de antes del examen, y "perder" el tiempo en lo que me gusta y no invertirlo en un sistema educativo de mierda. Porque no dependo de profesores para aprender, sino de libros, canciones y brujas.
Y no soy una hija de ejemplar. Porque tengo siempre el móvil en silencio, repleto de llamadas perdidas de mamá. Pero es que no hay nadie que esté más perdido que yo. Y lo único que me salva es salir de atardeceres, y comer sin contar calorías, y el chocolate. Y que bendito el que tenga la conciencia tan tranquila y una vida tan estable como para dormirse a las once de la noche sin darle vueltas al coco, porque yo me rallo más que una cebra, y soy más insomne, más trasnochadora, o como quieras llamarlo.
Me quedo con quien soy y no con quien la sociedad quiere que sea. Me da pereza ser perfecta, y sí, la cama la prefiero deshecha.