martes, 6 de noviembre de 2018


Veo formas etéreas en las nubes y cuerpos desnudos en las manchas del mármol de la ducha. Me miro al espejo y reconozco a una silueta esperpéntica que odia madrugar y taparse las ojeras con maquillaje.

Soy yo. Dentro de un buzo de algodón. De un cuerpo tímido al que le cuesta encajar. De una piel cuyo colágeno no teme al tiempo pero sí a la pérdida del mismo. Al malgasto de horas en aulas llenas de gente pero vacías de principios. Al fracaso. A la insatisfacción personal que provoca seguir unos estándares sociales que se alejan de mi casilla, de mis dados, de mi utopía. 
Ya no soy la naíf colegiala a la que hipnotizaban con promesas elitistas de futuros ilusorios. Mi corazón nómada no busca asentamiento, ni confort, ni estatus social, sino libertad fuera de esta jaula maquiavélica de víctimas atrapadas en un automatismo y un consumismo frenético.

Para qué seguir al rebaño. Para qué condenarse por algo que no motiva. Para qué quemarse el autoestima por algo que no prende tus ganas. Para qué atarse a un reloj que marca una invención humana que fomenta el comercio de ansiolíticos, los suicidios, la prisa y el estrés. Para qué. Para. Mejor para. Mejor. Para.

Puedo permitirme el lujo de desviarme del camino impuesto, de equivocarme, de volar sin miedo a caer en una cama elástica que me vuelva a poner los pies en la tierra y la cabeza en la pena.

Quiero sentirme orgullosa de ver chiribitas de tanto mirar al sol y tan poco al suelo, de distanciarme de las sombras y acercarme a la gracia de la fotosíntesis, de la luz, de la melanina, de los árboles y de los lagartos de Lorca, del aire que aún se puede respirar, de la paz inquebrantable.

Estoy bien. Me aferro a la vida como unas manos frías a una taza de chocolate caliente. Intento ser valiente aunque me infundan miedo por el simple hecho de ser mujer. Intento tirar para adelante escuchando a Drexler y a lxs grandes. Empapándome de las cosas bonitas que nos regala el día a día. Intentando superarme. 
Sin pensar en arcángeles de la muerte ni epitafios. Intentando deshacer lo aprendido y desaprendiendo lo adquirido en una educación heteropatriarcal. Aferrándome a la deconstrucción, a la catarsis, al cambio, a la inteligencia emocional. Aferrándome a mí misma que es de lo único que no puedo deshacerme ni escapar. Aferrándome al amor propio y al amor en general, porque al fin y al cabo, es lo único que mueve el mundo y su instinto animal.